Es la más indiscutible de las virtudes, vivimos en una sociedad de profesionales, es el máximo elogio que le hacemos a alguien. La profesionalidad es reconocida pero dudosa como virtud.
Aristóteles diferencia entre la poiesis y la praxis. La poiesis es valorada por el producto, por ejemplo la poesía para el poeta, mientras la praxis es la práctica, allí se es justo, generoso, magnánimo, valiente y lo importante es lo que se hace.
Adam Smith habla de ocupaciones improductivas, dice que son importantes, pero inútiles y frívolas, su valor perece en el momento de la prestación, por ejemplo los militares, los médicos, los cantantes, los bailarines; habla de ellos con desprecio por ejemplo de los hombres de letras, no importa la praxis, importa la poiesis.
El ciudadano se desentiende de lo público para entrar en la vida del trabajo. El hogar es el espacio de la individualidad, allí se compensa de las frustraciones, allí goza de su identidad como propietario.
Hoy no es lo mismo el derecho al trabajo que el derecho a un puesto de trabajo, porque no hay trabajo para todos. El trabajo sigue siendo una motivación primordial en la sociedad actual. Sigue siendo la actividad fundamental y la sociedad sigue siendo de trabajadores, pero hay cambio en el ethos del trabajo, en la actitud del mismo.
Gracias a la técnica, los oficios se han banalizados, han dejado de ser elitistas, casi todo el mundo puede acceder a cualquier tipo de trabajo, se han mezclado, se han homogenizado los oficios, se exige una especialización mayor.
Se aspira a la profesionalización a ser buenos profesionales, ese es el criterio social de la excelencia de la persona. El buen profesional se hace trabajando, no solo de la teoría, requiere una experiencia.
El trabajo sea o no poiesis, vale como praxis. El buen profesional es el que posee una identidad social. El trabajo hoy pertenece más a la vida pública que antes.
En la sociedad preindustrial la vida consistía en juego contra la naturaleza, en la industrial contra la naturaleza fabricada y en la posindustrial en un juego entre personas que requiere reciprocidad y cooperación, esta última es más compleja que las dos anteriores.
Hay dos ejemplos actuales del buen profesional: el ejecutivo y el deportista olímpico. El primero busca la excelencia, con cualidades de gestión, es el habitante de las sociedades urbanas, su comportamiento se ajusta a las cualidades de las grandes concentraciones urbanas: impiedad, dureza, etc. Para él es más importante ejecutar adecuadamente las ideas, que ellas mismas. Es disciplinado, enérgico, decidido, inteligente pragmático, inaccesible al desaliento, simpático, de moda, con iniciativa, líder, representa la excelencia; la segunda figura, el jugador profesional, es un ganador; el triunfo es más importante que la participación en el juego, el reto es superarse a si mismo, su fin es la perfección, no come, no engorda, duerme lo justo; su vida es la autorrenuncia.
Ambos modelos transmiten la moral del trabajo bien hecho. El ethos ante el trabajo ha cambiado, ya no es un castigo de Dios, ni la prueba del favor divino, el trabajo por sí ya no dignifica; este es el pedestal del éxito. La medida de la profesionalidad lo da el reconocimiento, la virtud es la prosperidad, el logro del triunfo.
El hedonismo consumista y la apatía, la indiferencia son fenómenos complementarios. El dinero y el bienestar son la prueba de la excelencia en el oficio. Si la ética calvinista daba por hecho el ahorro, ahora es necesario éxito y el lujo.
La apatía también es característica, puesto que la política es de otros profesionales, además el buen profesional solo lo es, se desentiende de lo otro.
Aun se puede hablar de virtudes, asumiendo lo que hay, sin anacronismos, la nostalgia por lo anterior no es bueno. Se debe aceptar que son de otra forma. Las virtudes deben aceptarse como públicas, que tratan de compensar la falta de comunidad; parten de una realidad: una democracia imperfecta, se requiere el diálogo para solucionar problemas colectivos, se debe retomar la dignidad de cada uno de los individuos, desarrollar la propia autonomía, que la profesión no sea alienante. La profesionalización debe ser valorada en todas sus dimensiones; tiene una cara buena, cara de progreso, especialización, donde es necesario la competencia; el que se sabe buen profesional disfruta de su trabajo, allí es una praxis gratificante por sí misma.
Otros aspectos son menos positivos: la profesionalización absoluta (profesional 24 horas al día) para quien solo el trabajo tiene interés, el individuo se empobrece, su ámbito se estrecha. El individuo se puede alienar en su actividad profesional llevada a extremos peligrosos, allí la autonomía del individuo se afecta, así como los intereses comunitarios.
Se reduce la vida humana cuando se dice que solo su profesión le da sentido, cuando la actividad es mera poiesis, y así es asumida por el profesional. La vida debe tener un fin que debe ser la felicidad. La profesionalidad es una virtud pública en la medida que sirva a los fines de la sociedad y privada en la medida que ayude a desarrollar la autonomía de los individuos y no lo haga esclavo de esa actividad.
http://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?id=1902&l=1